Ya empiezan a cansar esos títulos de los medios virales que pretenden despertar la atención pero que –a estas alturas- acaban siendo repetitivos (del estilo: “Descubre porqué las redes sociales enloquecen con esta foto”). Frases misteriosas o exageradas que simplemente buscan aumentar a toda costa el número de clicks. Pero a eso se le puede dar la vuelta: hace unos meses, una librería de Dallas adaptó los títulos de varias obras literarias a ese estilo “intrigante”, invitando a los lectores a no picar solo en ese anzuelo sino en todo el libro…
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Me han llamado la atención que en España, con motivo del debate sobre la maternidad subrogada, haya surgido una fuerte oposición por parte de grupos feministas vinculados a lo que, hasta ahora, se llamaba izquierda política. Se argumenta –con toda razón- que el cuerpo de la mujer no es una mercancía, que el alquiler de vientres lleva a la explotación de mujeres vulnerables y que el altruismo -en este campo- es un tapadera: se hace por dinero.
¿Por qué a los occidentales les cuesta hablar de los cristianos perseguidos en otros países? El periodista e historiador Tim Stanley se hace esta pregunta en The Daily Telegraph, y da una primera respuesta: por corrección política, por una especie de sentido de culpa hacia el pasado.
¿Es el papel de los cristianos en Estados Unidos convertirse en una “minoría moral”? Tres libros recientes publicados en USA plantean esta cuestión, ofreciendo una reflexión –que, en general, se podría aplicar también a otros países- sobre la decadencia cultural y sus desafíos para la fe cristiana. Los libros son: The Benedict Option: A Strategy for Christians in a Post-Christian Nation (Rod Dreher, periodista), Strangers in a Strange Land: Living the Catholic Faith in a Post-Christian World (Charles J. Chaput, arzobispo de Filadelfia) y Out of the Ashes: Rebuilding American Culture (Anthony M. Esolen, profesor universitario, traductor de Dante).
Hay cientos de personas que la han conocido mejor que yo, pero no quiero dejar pasar mi breve testimonio sobre Paloma Gómez Borrero, fallecida ayer en Madrid, que escondía detrás de una cordialidad maternal a una auténtica periodista de raza.
Sylviane Agacinski, filósofa y feminista francesa, se apela a la “función civilizadora del derecho” para expresar su oposición a los vientres de alquiler, según expuso en un simposio sobre el tema que se celebra en el parlamento italiano, cuyo texto publica L’Osservatore Romano.
Las Redes Sociales se pueden usar para algo más que para hacerse selfies. Lo afirma Jérôme Jarret tras anunciar el éxito de la campaña “crowdfunding” con la que en pocos días consiguió –con su amigo Chaka Clarke- más 2 millones de dólares para llenar un avión con 60 toneladas de víveres para combatir el hambre en Somalia. Enviarán, concretamente, una comida especial para niños malnutridos.
Llevar el teatro a la cárcel y conseguir cambiar a las personas. Esa es la experiencia de la iniciativa Shakespeare for Social Justice que se ha experimentado en algunos lugares, entre ellos la famosa cárcel de San Quintin.
La idea fue noticia aquí y allá hace algún tiempo, pero reconozco que solo la he visto ahora. Se trata de la iniciativa de algunas residencias de ancianos que establecen un pacto con un grupo selecto de estudiantes universitarios: tiene residencia gratis a cambio de que dediquen algo de atención a los ancianos. Es una de esas situaciones win–win que vale la pena mencionar.
La libertad de opinión tiene sus límites, como los tienen todos los derechos, “pero una condición esencial para que sean válidos tales límites es que sean nítidos y precisos”. Y eso es precisamente lo que no ocurre con el llamado “delito del odio”. Lo afirma José María Ruiz Soroa en un artículo publicado en El País.