León conmovido

Rafael Luquín López

Estamos acostumbrados a pensar en quienes tienen mucha autoridad bajo las categorías de firmeza, rigidez, seriedad o formalidad, palabras que se acentúan más en la medida que la autoridad crezca o tenga mayor injerencia. Desde luego que, si pensamos en los Papas, podremos hacer ciertos matices en nuestra mente, pero como sea, no nos alejaremos demasiado de estos “estereotipos” que asignamos colectivamente a quienes son “cabeza”.

El nuevo Sucesor de San Pedro y Obispo de Roma -antes Cardenal Robert Prevost- ha elegido llamarse “León XIV”. De nueva cuenta, si a nuestra imaginación llevamos la palabra “león” y tratamos de describir o detallar lo que lo identifica o se le asocia, seguramente nos acercaremos a las nociones de fuerza, poder, valentía o incluso elegancia, que sumadas a las primeras que habíamos dicho por ser autoridad, quizás podrían crearnos una imagen de alguien realmente fuerte, inconmovible y hasta feroz.

Se podría pensar que esta sería una carta de presentación muy difícil para un Papa en pleno siglo XXI. Sin embargo, desde el día que lo conocimos, justo apenas unos minutos después de conocer su nombre, hubo algo que, en particular, llamó la atención de muchísimas personas: el Papa, en el balcón de San Pedro, estaba visiblemente conmovido. Las cámaras de televisión vaticanas nos mostraban a ese León al que por primera vez veíamos, pero resaltaban en su rostro, unos ojos en los que, por un lado, se le reflejaban a los cristales de sus lentes los ríos de la gente abarrotada en la plaza, pero, además, esos mismos ojos estaban conteniendo otros ríos, los de las lágrimas, reflejo a su vez de las emociones y todo lo que en el corazón se movía de quien acababa de ser electo para convertirse en Papa.

Desde ese día, ya algunos se aventuraron a pensar que quizás tras esas lágrimas no sólo había gozo, sino también el peso de quien carga una cruz pesada, situación que un poco se confirmó cuando al día siguiente en la Misa que celebró en la Capilla Sixtina con los cardenales, dijo que ellos lo “han llamado a cargar esa cruz y a ser bendecido con esa misión”.

Pero todavía al día siguiente, en el encuentro que sostuvo de nuevo con los cardenales les dijo que le consuela saber que cuenta con ellos como sus colaboradores más estrechos pues ha aceptado “un yugo que claramente supera no sólo mis fuerzas, sino a las de cualquier otro” . Sin embargo, también dijo que es consciente que la presencia de ellos le recuerda que el Señor no lo deja solo “con la carga de esta responsabilidad”,ny que cuenta con su auxilio divino, pero también con la cercanía de los cardenales y la de todos los que creen en Dios, aman a la Iglesia y lo sostienen con la oración.

Sin embargo, nada de esto significó que estuviera titubeando o se mostrara con timidez, pues también con la firmeza de un león (aunque su nombre no deriva de aquí, sino de León XIII, el Papa de la Doctrina Social), ha hablado fuerte y valiente: por ejemplo, en temas de paz, exigiendo que callen las armas y ofreciendo a la Santa Sede como lugar de encuentro y espacio para el diálogo de las naciones en conflicto.

Pero en muy pocos días, luego de esta escena que vimos todos, justo ahora en el día de la Misa del inicio de su Pontificado, de nuevo en una abarrotada Plaza de San Pedro, cuando se le colocaron las insignias pontificias -el palio y el anillo del Pescador- nuevamente pudimos verlo fuertemente conmovido, sobre todo inmediatamente después de que el Cardenal Tagle le colocara precisamente el anillo que lo identifica como Sucesor de San Pedro. El Papa León en un movimiento espontáneo, giró un poco su mano para ver el signo de Pedro en sus manos y levantó un poco la mirada donde es obvio que contempló la inmensidad de las ovejas a las que el Maestro le invita a pastorear. Nuevamente los ojos del Papa llamaron la atención.

Desde luego no es la primera vez que vemos a un Papa hasta las lágrimas. Podemos recordar por ejemplo al Papa Francisco que ante la imagen de la Inmaculada lloró en el 2022 por el pueblo ucraniano atormentado en guerra. O a Benedicto XVI quien en el 2010 lloró ante unas personas pobres en un albergue de Cáritas en Roma.

Sin embargo, en medio de una sociedad que tantas veces se manifiesta cada vez más fría e indiferente, en un mundo lleno de odio y de violencia, cuánto bien nos puede hacer tener a una figura como el Papa, que se conmueve y al que podemos ver hasta las lágrimas, que refleja que el ser humano es frágil y que siente, que nos recuerda a todos las enseñanzas evangélicas donde solo desde un corazón que se conmueve pueden surgir la misericordia, la compasión y el perdón.

Hoy tenemos un nuevo Papa que es como un león valiente, pero es también un León conmovido.